José Gabriel Bustillo Pereira |
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Hacia finales del siglo XV muchos de los esfuerzos de la recién nacida España convergen en la búsqueda de una nueva ruta hacia la India, que le permita un sólido afianzamiento comercial ante sus más próximos rivales: Los portugueses. Ello conlleva al hallazgo casual, por parte de España, del territorio americano. Expediciones sucesivas y elaborados estudios cartográficos con las limitaciones de la época, muy pronto permiten establecer que se ha descubierto un nuevo territorio capaz de ofrecer, debido a sus riquezas, un promisorio futuro y unas condiciones de vida supuestamente mejores a las hasta ahora experimentadas por los descubridores, quienes acaban de salir e la extenuante lucha que ha expulsado a los moros de su territorio, y que ha dejado como saldo, una soldadesca cesante, disciplinada en el arte de la guerra y ávida de aventuras. La riada humana que desde este momento se verá atraída por los incentivos de las nuevas tierras, cuenta entre sus filas con espíritus ambiciosos, algunos de ellos conocidos como conquistadores, quienes están dispuestos a la aventura y a pagar a cualquier precio las contingencias que para su obvio beneficio y el de España, supone el sometimiento de esas tierras; para tal fin, vienen investidos por parte de la Corona y en virtud del sistema de Capitulaciones, de las facultades políticas y jurisdiccionales que demandan las circunstancias; se empieza a perfilar desde ese momento, el sistema económico que acompañara al asentamiento de España en sus nuevos dominios.
Para el primer decenio del siglo XVI y algunos de estos conquistadores habían realizado aproximaciones a nuestra actual bahía, en cuya zona norte tenía asiento una población indígena de la familia caribe, conocida como Calamarí o Calamar; otros como Diego de Nicuesa habían incursionado territorios aledaños llegando hasta Galerazamba, lugar de origen de La India Catalina, nativa que incorporada a las huestes de este conquistador, lo acompañará algunos años, sumándose posteriormente a las de Pedro de Heredia, a quien servirá de intérprete cuando éste, en 1533 arribe a Calamarí y funde sobre ese mismo sitio la actual Cartagena, nombre cuya razón de ser se pierde en los recovecos de la historia.
La naciente población inicia asi su crecimiento, influenciada como es de esperar, por todos los acontecimientos que rodearon la Conquista, período que toca a su fin a mediados del siglo XVI, luego de ambiciosas expediciones a sangre y fuego, de rapiñas sin cuento a los sepulcros indígenas, de luchas de poder entre los propios conquistadores, de varias residencias o investigaciones sobre la conducta de los mismos y hasta de encarcelamiento a algunos de ellos. SE EXTINGUE EL INDIO Y APARECE EL NEGRO A la conquista le sigue el período Colonial. La política de las Capitulaciones ha dejado en manos de unos cuantos, grandes extensiones de tierra cuya explotación agrícola y ganadera requiere mano de obra, al igual que las explotacioens de las minas y perlas; el desprecio existente hacia el trabajo, la cada vez más escasa población india capaz de realizarlo, la Bula Sublimis Deus expedida por la iglesia en contra de la explotación de dicha población y el argumento, popular en su tiempo, de que el trabajo de un negro valí por el de tres indios, contribuirán entre otros a la explotación del negro, haciendo de la esclavitud una institución económica de primer orden, con una decisiva participación de este étnico en la economía y la sociedad colonial. Ellos son traídos entonces como instrumento de producción y en grandes cantidades desde diversas regiones del continente africano hasta Cartagena, en los llamados barcos negreros o «ataúdes». Allí son vendidos al mejor postor en las tristemente célebres Ferias de Negros, o desde allí trasladados para la realización de trabajos forzados, hacia México, Cuba, Venezuela, Puerto Rico, Santo Domingo o hacia el recién descubierto Perú, territorio que ya había empezado a enviar sus minerales preciosos a los puertos de Nombre de Dios y Portobello en Panamá, perfilándose como una de las zonas más ricas del nuevo reino, cuya puerta de entrada era sin duda la ciudad de Cartagena. En los puertos panameños los minerales preciosos eran recogidos por la flota de Galeones, convoy que con cierta periodicidad, zarpaba de España hacia el nuevo mundo, intercambiando sus productos con minerales preciosos y materia prima que transportaba luego hacia la metrópoli; de obligada escala en su recorrido era Cartagena, lugar de abastecimiento, reparaciones y realización de una gran feria conocida como la Feria de los Galeones. A la par que la población negra iba incrementándose, lo contrario sucedía con la población india: De los 25.000 indios existentes en Cartagena para el momento de su fundación, solo quedaban 2.500 para 1575; por el contrario, para 1621, la población negra en Cartagena se calculaba en unos 20.000 esclavos. DE SIMPLE ALDEA A AGITADO PUERTO La aldea que pocos años antes había visto arribar a los Conquistadores, la que había sido testigo de sus atropellos y también de sus enfrentamientos con la facción indigenista de la España Cristiana, la misma que había escuchado el eco justiciero y lejano de los dominicos Las Casas y Montesinos, se había transformado ahora en un centro administrativo de primera importancia, en un próspero y agitado puerto, con familias adineradas y con ferias que atraían a acaudalados comerciantes, lo cual, junto con sus exiguas defensas militares, empezó a convertirse también en imán para la codicia de piratas y corsarios, oriundos y además respaldados por las naciones que como Inglaterra y Francia deseaban apoderarse de las colonias de España en ultramar; es así como sin haber declinado aún la segunda mitad del siglo XVI, ya Cartagena había recibido la poca grata visita de filibusteros de todas las pelambres, quienes una vez apoderados de la ciudad, cargaban con joyas y valores de los particulares, campanas y reliquias de las recién erigidas iglesias y piezas de artillería. De ingrata recordación para la ciudad son Roberto Baal, Martín Cote (1559), John Hawkins (1568), y algunos otros como Drake, quien en 1586, no contento con la expoliación a que sometió a sus habitantes, la emprendió a cañonasos contra la catedral, al hallar unos documentos que se referían a la "inminente incursión del pirata Drake". . . Sir Francis estaba dispuesto a castigar la displicencia caribeña, que de un solo plumazo osaba arrebatarle el nobilísimo título con que la «pérfida Albión» lo había distinguido, en razón a. . . "Los servicios prestados a su Majestad inglesa" aliende los mares. El sistemático asedio de la piratería ha levantado voces de protestas, solicitando protección de la metrópoli, la cual no ignora que estando en peligro la estabilidad económica de sus productivas colonias, lo está de hecho la suya; tampoco ignora que es Cartagena la puerta de entrada hacia las riquezas del reino, iniciándose entonces, después de repetidas solicitudes, el envió de los primeros ingenieros militares hacia la ciudad, con el empeño de convertirla en una de las plazas fuertes más importantes de América. Nombres como Antonio de Arébalo, Juan de Herrera, Francisco de Murga, Cristóbal de Roda, Bautista Antonelli, Juan Bautista MacEvan, Espanoqui, Ricardo Carr, De Somovilla y Tejada, De Sala, y Solías, se hallan estrechamente ligados a las fortificaciones Cartageneras.
jesuita, en compañía del no menos abnegado padre Alonso de Sandoval, misionero de la misma orden. . . La España de Mariana, de teólogos y humanistas, también tenía argumentos contra la barbarie y la injusticia. SE ALISTAN LAS DEFENSAS. LA BAHIA TIENE LA PALABRA Pero el hecho alrededor del cual girará definitivamente la vida de la ciudad por los años a los que hacemos referencia y por los venideros, lo constituye, sin desmedro de otras ejecutorias, la actividad militar al servicio de la defensa de "la muy noble y muy leal ciudad", actividad que se fue realizando en forma gradual, atendiendo a las exigencias y evoluciones del arte de la guerra y a las modificaciones geográficas que experimentó la plaza con el transcurso del tiempo.
El montaje
defensivo de la plaza para finales del siglo XVI descansará en
el supuesto de que quien pretendiera tomarse la ciudad solo contaba
con tres alternativas: Estas consideraciones explican la localización estratégica, a finales del siglo XVI y principios del XVII, de los fuertes San Felipe del Boquerón y San Matías; el primero, situado en el lugar que hoy ocupa el fuerte del Pastelillo, protegía los galeones fondeados en su cercanía e impedía el acceso a la bahía de las ánimas, mientras que el de San Matías, situado en Punta Icacos, se encargaba, junto con la plataforma de Santángel situada en Tierrabomba, de proteger la "Boca Grande", única entrada con que hasta ese momento contaba la bahía, ya que la "Boca Chica" por su tamaño y profundidad no permitía el paso de embarcaciones mayores. Años más tarde, argumentándose que tácticamente era mejor proteger un canal más estrecho, se contruye en Punta Judío el fuerte de Castillo Grande y porteriormente el de San Juan de Manzanillo, en la isla de este nombre; ambos, al cruzar fuego, impedían la entrada a la bahía interior; con la construcción de estos fuertes, la entrada y defensa de Bocagrande pierde entonces importancia militar. LA CIUDAD EMPIEZA SU EXPANSION Con el correr del tiempo la ciudad empieza a expanderse, poblándose entonces la isla de Getsemaní; ésta, al igual que la de Calamarí, se encuentra para finales de 1633, rodeada de baluartes, lo cual impide el otrora fácil acceso a la Bahía de las Animas; quien ahora pretenda tomarse la ciudad deberá entonces alcanzar la bahía interior, y acto seguido, desembarcar sus tropas y artillería, a través del Caño de Gracia, en las extensas planicies al pie del Cerro de San Lázaro, único sitio donde el enemigo podía desplegar su ejército y su artillería. Conocedores de esta situación, los ingenieros militares de mediados del siglo XVII, dando inicio a lo que posteriormente sería el Castillo o Fuerte de San Felipe de Barajas. A partir de la fecha anotada tomarse la plaza suponía entonces: Ganar la bahía interior, desembarcar tropas y pertrechos, rendir las baterías de San Felipe, iniciar el sitio y entrar posteriormente en la ciudad, después de haber superado las defensas de la Puerta de la Media Luna, único acceso terrestre posible, que contaba para su protección con un revellín, una tenaza y tres fosos de agua. Las actividades y obstáculos descritos suponían una demora que podría representar el fracaso para el invasor, quien contaba solo con 3-4 semanas para lograr su objetivo; transcurrido este tiempo las enfermedades tropicales empezaban a diezmarlo, condenando la operación militar al fracaso. Podría pensarse que las defensas de Cartagena se habían concebido no solo para impedir sino en último caso, para retardar su toma, con la expresa intención de contar con el decisivo apoyo de los refuerzos tropicales. Poblada y fortificada la isla de Getsemaní en 1633. La Puerta de la Media Luna desplaza en importancia militar a la Puerta de la Boca del Puente, convirtiéndose en la nueva y verdadera entrada a la ciudad.
Para 1640, el naufragio accidental de 3 naves en el sitio de Boca grande, permite el depósito de arena a este nivel, con el cierre del canal; la nueva dirección de las mareas conduce a la apertura parcial del canal de Bocachica, que luego de un pequeño dragado permite el paso de embarcacioens más grandes. Todo ello implica elaborar un nuevo esquema de protección para la bahía, que ahora podrá ser defendida desde un solo sitio, construyéndose para ello el fuerte de San Luis de Bocachica en 1647 en Tierrabomba, lo que a su turno permite el desmantelamiento de los de Castillo grande y Manzanillos. Este fuerte funciona como único protector del acceso a la bahía exterior, hasta su toma y total destrucción por el corsario Francés, Barón De Pointis en 1697, suceso lamentable con el que la ciudad cierra sus puertas al siglo XVII. San Luis de Bocachica es reconstruido parcialmente entre 1719 y 1725 y junto con las baterías de Santiago, Chamba y San Felipe, situadas en la zona oriental de Tierrabomba, se encargarán en 1741 de retardar la entrada a la ciudad de Vernon, almirante enviado por la corona británica en medio del conflicto que por rivalidades comerciales y políticas sostenía España con esta potencia. En un combate naval sin precendentes en nuestros mares, la superioridad numérica del enemigo termina por doblegar el curtido general de la armada, Blas de Leso, quien herido se ve obligado a incendiar y barrenar algunos de sus barcos en puntos estratégicos de la bahía para impedir, sin conseguirlo, la entrada del invasor; Vernon gana así la bahía interior y desembarca en la isla de Manga, pero es obligado a retirarse cuando las tropas inglesas de tierra son exterminadas al intentar tomarse el fuerte o "Castillo de San Felipe de Barajas", defendido reciamente por el coronel de ingenieros, Carlos Des Naux, a quien en justicia corresponden los laureles de la jornada.
Con la nueva destrucción del fuerte de San Luis de Bocachica, esta vez a manos de Vernon y con la mala nueva de que el canal de Bocagrande ha empezado a abrirse, se vuelve a replantear la defensa de la bahía; en esta ocasión se decide la construcción de la escollera en Bocagrande, obra que terminada en 1778 impedirá definitivamente el paso de cualquier embarcación de gran calado, hasta nuestros días; la destrucción en dos ocasiones del fuerte San Luis de Bocachica (Pointis-1697 y Vernon-1741) hace dudar sobre la utilidad de su reconstrucción, colocándose entonces los cimientos, muy cerca del mismo lugar, de los fuertes de San Fernando y San José, ambos terminados en 1759, asi como de las baterías de Santa Bárbara y del Fuerte del Angel San Rafael, este último, situado sobre una colina y actualmente en remodelación, protegía al San Fernando e impedia o dificultaba el arribo del enemigo a Tierrabomba. Ahora bien, ante la posibilidad de que otro futuro atacante ganara como Vernon, la bahía interior, se inicia la construcción en 1743 del fuerte San Sebastian del Pastelillo, hoy convertido en restaurante en el pintoresco barrio de Manga. Su
construcción recibió fuertes críticas, esgrimiendo
invalidez táctica, ya que la disposición de su artillería
se ocupaba más de la protección del fondeadero que de
impedirle al enemigo su acceso a la bahía interior y por consiguiente
su fácil desembarco y arribo al valle frente al Fuerte de San
Felipe.
Casi a la par que se fortificaba la bahía, se iba haciendo lo propio con la ciudad, buscando cerrar todos los accesos posibles, en especial los de Bocagrande, el Cabrero y mar abierto. El cierre amurallado se inicia a principios del siglo XVII con la construcción del baluarte de Santo Domingo, situado en la playa de La Marina, y aunque estrictamente solo finalizará en 1798 con la construcción de las Bovédas, se puede afirmar que para 1633 las defensas de la ciudad estaban completas, ya que para esta ápoca Cartagena contaba con 21 baluartes debidamente artillados, los cuales, junto con sus respectivas murallas, le conferían el aspecto de un acordonamiento pétreo que albergaba las islas de Calamarí y Getsemaní, las que unidas por el puente de San Francisco, contenían el grueso de la población de la época. Debajo del puente en mención -que le prestaría su nombre a la Boca del puente o actual Torre del Reloj, corría el Caño de San Anastasio rellenado con el transcurrir del tiempo y que en su momento unía la bahía de las Animas con la laguna de Chambacú, cubriendo en su recorrido el sitio que ocupan hoy los edificios de la Matuna.
Hasta el siglo XVII, los cañones de los baluartes se disponían en la parte baja de sus flancos, de tal forma que el fuego cruzado con los del flanco opuesto impedía el acceso del enemigo a la plaza, en caso de que los cañones de este hubieran logrado la apertura de un boquete en las cortinas. A principios del siglo XVIII, época de grandes reformas y reconstrucciones militares, estas "plazas bajas" se ven substituidas por la colocación de los cañones en la explanada superior de los baluartes. El fuego del sitiador se llevaba a cabo con balas de metrallas y con balas sólidas para abrir boquetes en las cortinas; las sólidas además, causaban gran desorganización al alcanzar la explanada, donde actuando como una bola de billar, derribaban los cañones de sus cureñas, desordenaban las balas apiladas del defensor e infligían a este severas mutilaciones o la muerte. El siglo XVIII, además de ser el período de las restauraciones militares y del completo "abaluartamiento" de Cartagena, tiene también otro significado para la ciudad: será, por exigencias militares o de otro tipo, la residencia temporal o permanente de algunos virreyes, lo que transforma a esta ciudad en la capital alterna del virreinato, territorio sobre cuyo horizonte ya empezaban a vislumbrarse tímidos destellos de inconformismo tal como la insurrección comunera, atizados más tarde por la Ilustración y sus más peclaros hijos: El Enciclopedismo, La Revolución Francesa, La independencia de Estados Unidos y la Traducción de los Derechos del Hombre por Nariño, todos ellos, rematados por el vergonzoso episodio de Bayona. Estas circunstancias irán alentando en algunos criollos "patriotas", tan solo el mezquino deseo de tomar parte activa en el gobierno de la colonia, privilegio hasta ese momento reservado a los peninsulares; otros, más visionarios en cambio, desestimarán honores y privilegios e interpretarán estos signos como la coyuntura ideal para aglutinar a los Americanos bajo un gobierno que propenda hacia el bien común, con claros visos de unidad, y autoridad. Un hecho coyuntural para la expectativa criolla se presenta cuando Carlos IV y Fernando VII en España abdican en favor de Napoleón Bonaparte en Bayona. Tanto los Españoles de Europa como los criollos y españoles del nuevo reino experimentarán un vacío de poder que tratará de ser llenado allá y acá con la coformación de juntas de gobierno provisionales; en medio de este ambiente van apareciendo en nuestro medio las facciones integradas por quienes tienen francos intereses creados en la Colonia y son de clara tendencia "realista", por otros quienes al grito de «Viva el Rey y muera el mal gobierno», esperan que Fernando VII ocupe nuevamente el trono, y finalmente, por el grupo de los independentistas radicales; en Cartagena sale victoriosa la última de las facciones, constituyéndose en la segunda ciudad, luego de Mompós, que declara su independencia absoluta el 11 de noviembre en 1811, efeméride que al decir de un historiador, es recordada hoy con la frívola coronación de unas reinas...!cuánta nostalgia de cadenas...¡ agregaría alguien.
Para 1815 ha caido Napoleón y Fernando VII recupera su trono. Es preciso reconquistar las colonias. Al mando de unos 10.000 hombres, Pablo Morillo arriba a Cartagena en 1815; España, eximia conocedora de los secretos defensivos de la ciudad, sabe muy bien que la toma no puede ser por asalto e inicia entonces uno de los sitios más dramaticos e inolvidables de que se tenga noticias para los tiempos que nos ocupan; sus habitantes deberán soportar los horrendos cañoneos, las enfermedades, el hambre y hasta la imprevisión y la pugna interna de sus propios gobernantes; la ciudad con sus gentes, baluartes y cortinas escribe para ese entonces y con sangre, la página histórica que de allí en adelante la distinguirá como La Heroica. Morillo ha vencido, la Reconquista Española es un hecho y las retaliaciones no se hacen esperar: La cuota de sacrifio de Cartagena se ve aumentada con la condena a muerte de algunos de sus defensores, controvertido episodio conocido como "el fusilamiento de los mártires" cuyo análisis y crítica ha sido objetivo de respetados historiadores. «Cartageneros: Dos siglos de historia os contemplan». Esta, parodiando a Napoleón, bien hubiera podido ser la arenga con la que empezó a forjarse la epopeya. Al término de 5 años de reconquista, la contraofensiva de los ejércitos libertadores, luego de su victoria en Boyacá, arriba a Cartagena, en ese momento bastión realista, que muy pronto cae en manos patriotas con el nuevo y célebre sitio de 1821. La naciente república empieza ahora a consolidarse pero deberá aún ser el teatro de muchas e insensatas luchas fratricidas en las que Cartagena será gran protagonista; en efecto, los relatados no serían los únicos sitios que la ciudad tan estoica y cruelmente tendría que soportar en su itinerario abundante en vicisitudes de este tipo: vendrá el de 1831 con Luque, el de 1841 con Carmona y el de 1885 con Gaitán Obeso, manifestaciones todos, de la locura fratricida y ausencia de autoridad, que se nutrían de las cartas magnas elaboradas con los retazos de las constituciones Europeas de la época. La anarquía cederá finalmente paso a las aspiraciones del Pensador del cabrero, cuando con su frase de: "Regeneración o catástrofe" termine expidiendo en su gobierno la constitución de 1886, la cual permite que el país y con él Cartagena, recuperen un poco la serenidad, la sensatez y la paz necesaria para cualquier desarrollo. Pero para este momento, ya la ciudad, cansada y arruinada por tantas luchas, e incluso sometida a una devastadora epidemia de cólera, no era sino un lánguido reflejo del agitado puerto comercial que conocieron otros tiempos, ..."las carabelas se habían ido para siempre de su rada" ...y los esfuerzos por salir del letargo económico al que la sometieron las circunstancias, es aun tarea de sus hijos. EL DINERO Y LA AGRESIÓN: LENGUAJE IMPERIALISTA Finalizando el siglo XIX y como si las agresiones y afrentas de los casos Barrot, Russel y Mackintosh no fueran suficientes, las murallas tendrían que soportar lo que fue la última de las afrentas extranjeras en su contra: el caso Cerrutti; pero para este tiempo -1898-, ellas, las vigías insomnes, los verdugos del orgullo inglés, las defensoras por excelencia, son apenas un refugio de enamorados, una evocación nostálgica, que anacrónicas ante el poderío ofensivo de su agresor, tan solo tienen en esta ocasión y a manera de réplica, la desdeñosa y altiva mirada con la cual el pundonor sabe tratar a la insolencia. LAS MURALLAS: FINAL DE SU MISION A finales del siglo XIX, conscientes de que su labor había finalizado, les restaba solo dirigirse con humildad de corazón hacia su crepuscular retiro, para, recostadas sobre la grandeza que en justicia les corresponde, empezar, con los susurros del viento que se filtra entre sus garitas y troneras, a contarnos su historia, que hoy, ya cas legendaria, ese patrimonio no solo de los cartageneros sino de todos los colombianos, quienes viendo en ella un ejemplo de grandeza, nos sentimos llamados a conocerla e imitarla.
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